Revista Avance
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Lino Barañao. La Argentina deseada.

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Avance Agroindustrial fue recibida en Buenos Aires por el Doctor Lino Barañao al mediodía del martes 14 de mayo de 2019. La extensa entrevista, de la que extraemos lo que se publica a continuación, se extendió por espacio de más de una hora. Nos habíamos planteado conocer, de primera mano, lo que piensa hoy el principal responsable del área de gobierno pertinente acerca del rol del Estado en materia de ciencia, tecnología e innovación productiva, tópicos incluidos precisamente en el nombre de la cartera del gobierno nacional que le tocó conducir desde 2008. Nos fuimos con una clara respuesta, explícita, como se verá, en la descripción del sentido, los objetivos, los hechos y la circunstancia de su gestión.

No es la primera vez que esta revista alberga palabras del Dr. Barañao. Ya se publicaron sus impresiones acerca del devenir de la actividad agroindustrial, en 2013, en una nota titulada “¿Hacia dónde vamos?”1. Hoy, atravesando el país una difícil situación y con un gobierno diferente del que resolvió la creación de su ministerio, nos interesaba saber en cambio hacia dónde estamos yendo.

La EEAOC tiene con la cartera del Dr. Barañao una especial deuda de gratitud, desde que ha sido beneficiada por la entusiasta comprensión de su rol a favor del desarrollo agroindustrial del Noroeste argentino. Esa rara circunstancia, en la que “la Obispo Colombres” es reconocida por alguna instancia pertinente de la esfera administrativa nacional, hace de ese justo reconocimiento un hecho casi inédito en la historia de una institución provincial que cumple ahora sus primeros 110 años. En las palabras del Dr. Barañao que aquí reproducimos encontraremos también las razones de esa distinción.

Más allá de haberlo hecho al momento de retirarnos de su despacho, reiteramos desde aquí nuestro agradecimiento al Sr. Secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva por la generosa predisposición de su parte a prestarse a esta entrevista, a pesar de los apremios de su apretada agenda. Se le notaba en el rostro su cansancio. Sus colaboradores siguen llamándolo “Sr. Ministro”2.

 

Dieciséis años, la misma senda

Avanzar hacia una economía basada en el conocimiento implica tener mejor educación, sistemas más democráticos y, en la medida en que crece una matriz productiva basada en productos o servicios competitivos, mejoran sustancialmente los salarios y, por lo tanto, la distribución del ingreso tiende a ser más pareja. En ese contexto productivo no se necesita imponer desde el Estado pautas de redistribución de ganancias extraordinarias; son las empresas que se van creando –como las de software, por ejemplo- las que van apreciando el valor del trabajo; porque si una persona se va de una empresa a otra genera un doble perjuicio: pérdida de capital humano y aumento de la competencia.

Desarrollar una economía basada en conocimientos es la manera más democrática de llegar a una sociedad más justa. ¿Qué es necesario para eso? Sintéticamente: contar con investigación básica de alto nivel, pero efectivamente acoplada al sistema productivo. Ese es el horizonte que nos trazamos, el plan de largo plazo.

Creo que ambas cosas son hoy en Argentina una necesidad fundamental. Imperiosa, además, dada la necesidad de mejorar nuestra balanza comercial. La idea es cómo, a la par del empeño en la reducción del déficit fiscal, Argentina mejora sus ingresos; cómo aumentamos exportaciones de mayor valor agregado y, en ese proceso, cómo logramos que eso genere puestos de trabajo dignos y bien remunerados en todo el país, no simplemente concentrados en algunas empresas, como ocurre actualmente.

Componentes estructurales

Para lograr esa diversificación productiva no basta entonces con apoyar el desarrollo de las ciencias básicas. Hay que contar con empresas e instituciones intermedias que transformen esas innovaciones en bienes o servicios que no solo generen divisas, sino también empleo de calidad.

Lo que está faltando en Argentina es justamente apuntar el componente de transferencia de la investigación básica hacia el sector productivo; es decir,  pensar cuáles son los problemas de ese sector y a partir de ahí, plantear la investigación necesaria para resolverlos.

No es tarea fácil, porque Argentina padece de una disociación entre dos tribus culturalmente distintas: por un lado la tribu científica, que tiende a perseguir lo que dicte su curiosidad y logre prestigio académico; y por otro lado, el sector productivo, que desconfía del primero por este mismo motivo. Un sector productivo que, además, no es en general altamente innovador, por lo que establecer vínculos entre estas dos culturas no es fácil. Hemos hecho múltiples experimentos con la comunidad científica: incentivos, premios y estímulos a la asociatividad. Hemos tenido bastante éxito con los fondos sectoriales y el financiamiento a consorcios público-privados. Ahí hemos visto las consecuencias más concretas de esa política de financiamiento4. Pero todavía falta, porque no solo necesitamos un sector privado capaz de absorber ese conocimiento y transformarlo en producto, sino también instituciones intermedias en condiciones de promover ese acoplamiento.

Pasteurización de la ciencia en Argentina
En la historia de la ciencia argentina hay una impronta muy centrada en la investigación básica, porque los padres de la ciencia en nuestro país –Bernardo Houssay, Federico Leloir- venían con esta idea de la Academia Francesa. Publicaban primero sus trabajos en francés y después en castellano, en la revista de la Sociedad de Biología.
En Francia misma, en su momento, se dio esta disputa o tensión entre ese tipo de ciencia y la que hizo, por ejemplo, Louis Pasteur -mi fuente de inspiración-: hacer ciencia básica inspirada en el uso; es decir, Pasteur no era un académico, venía de una familia de clase media, conocía el valor del trabajo, conocía el problema de la industria del vino, el problema de la muerte de chicos por rabia, e hizo dos cosas: sentó la base de la biología moderna al demostrar que no había generación espontánea y hacer estudios básicos de microbiología y bioquímica; al mismo tiempo, logró la vacuna contra la rabia y creó el proceso de pasteurización que salvó la industria del vino y con ello miles de puestos de trabajo. Si el ciudadano común me pregunta qué hizo Pasteur, lo que recuerdo es esto último. Así entendida, esta idea de “pasteurizar” la ciencia argentina resulta admisible como analogía.

La EEAOC como ejemplo

En la falta de unidades de vinculación tecnológica suficientes y realmente efectivas tenemos un enorme problema. Nuestra intención, nuestra prioridad hoy es que se creen nuevas instancias de vinculación y que se fortalezcan en ese aspecto aquellas con las que ya contamos.
En Argentina, en particular el INTA y el INTI son instituciones que deberían haber vinculado esos dos mundos, pero en general en las últimas décadas han tendido más a la prestación de servicios. Esto contrasta, justamente, con la experiencia de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres -la EEAOC-, una institución centenaria que desde sus orígenes ha tenido esta visión de vincular la investigación con los problemas concretos. Tal vez por su constitución, por la participación activa de los productores que de alguna forma orientaron esa investigación y la mantuvieron dentro de los canales de aquello que podía eventualmente darles respuesta a sus demandas. Lamentablemente, creo que la EEAOC es -todavía- la excepción en el paisaje argentino. Ahora estamos en un proceso de cubrir ese bache que tenemos, tratando de que se fortalezcan el INTA y el INTI y de crear además entidades tal vez más novedosas en ese aspecto.

Situación presupuestaria

 

En cuanto al financiamiento de la ciencia estamos en un momento difícil. No es el único que ha vivido la ciencia argentina. Se vivieron muchos momentos difíciles y si seguimos teniendo ciencia positiva, no fue tanto porque haya habido políticas de estado consistentes y sostenidas en el tiempo, sino por el voluntarismo y el compromiso de los investigadores que siguen haciendo ciencia aun en malas condiciones. No es la situación ideal ni tampoco estamos proponiendo que haya resignación; pero de todos modos, si no apostamos a una ciencia de verdad productiva, el país no saldrá adelante.

Cuando Cristina Fernández me convocó para hacerme cargo del Ministerio me dijo: “Quiero ciencia, pero no ciencia por la ciencia misma, sino para el desarrollo económico y social del país”. Cuando me convoca el presidente Mauricio Macri para esta segunda etapa me dice: “Bueno, vamos a seguir apoyando, pero quiero resultados”. Es decir, la demanda es la de una ciencia con inserción en el país real en ambos casos. Esa política no ha cambiado. Lo que sí cambió sustancialmente, y que la mayor parte de los investigadores hoy no visualiza, es que desde el 2003 hasta 2015 nosotros teníamos la posibilidad de presentar planes de trabajo a organismos multilaterales de crédito –BID, Banco Mundial, CAF- y disponer sin restricciones de los fondos así otorgados. Eso fue muy exitoso. Hubo muchos fondos de ese origen, directos e incluso otros, destinados en principio a otras reparticiones que no ejecutaban con la misma velocidad que nosotros, de los que pudimos disponer con libertad y transparencia cumpliendo con las normas y las rendiciones implícitas en ese tipo de financiamiento internacional. Pero eran fondos de organismos multilaterales, de los cuales mayormente dependíamos. Fue un momento de plenitud, pero si uno mira lo que venía del Tesoro Nacional, no era tan distinto. Hubo un año durante el que no hubo convocatoria a subsidios y no pudimos pagar, y no por un retraso, sino porque no había ni habría con qué.

Siempre tuvimos que remarla y convencer a Hacienda de que necesitamos más plata,  solo que la situación del país cambió. Para mantener el rumbo en este contexto económico y financiero, hemos establecido algunas prioridades.

El Conicet

Una de estas prioridades ha sido la de mantener los ingresos de la carrera de investigador. Tenemos un cupo de 450 investigadores de aquí en más. Llegaremos a 14 mil investigadores en el Conicet, una cifra 40% superior al del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), el instituto similar de Francia. Y es cierto que Francia tiene muchos más investigadores, pero no todos están haciendo investigación básica en el CNRS; están en las empresas, o en el  “l’institut National de la Recherche Agronomique” (INRA) por ejemplo, o en otros similares.

En realidad, si yo comparo con otros ministerios, somos privilegiados. ¿Qué ministerio está incorporando hoy 450 personas por año y con sueldos que no son bajos? Son investigadores. Los demás están reduciendo. No es poca plata. El 95% del presupuesto del Conicet es sueldos. De modo que si yo incorporo un 10% o incluso un 5% del plantel, ese es el aumento del presupuesto que tiene el Conicet de año a año.

He solicitado recientemente el cálculo de la inversión que, directa o indirectamente, hemos contribuido a realizar desde esta cartera desde el comienzo de mi gestión. El monto es de aproximadamente 9000 millones de dólares. Mucha plata. Sin embargo, el impacto en resultados concretos todavía no resulta del todo satisfactorio. Se han volcado muchos recursos a sueldos, educación, publicaciones, pero no hay más represas, ni más satélites, y no necesariamente porque no sepamos hacerlo. Hay mucho conocimiento por generar, pero hay también mucho del que ya disponemos y que no se ha aprovechado por esa falta de vinculación efectiva con una matriz productiva que los demande y los implemente.

Impulso a la vinculación tecnológica

De ahí nuestro empeño en fortalecer las instancias intermedias y lograr que organismos como el INTA e INTI tengan lo que tiene la EEAOC en cuanto a la participación activa de los productores en los desarrollos científicos y tecnológicos. Esos requerimientos están en los estatutos, pero no se cumplió con eso, porque ambos institutos se convirtieron en instituciones muy centralizadas, cuyos planes estratégicos se basaron en la extensión o en brindar servicios más que en hacer nuevos desarrollos. Esta es otra de nuestras prioridades.

Necesidad, demanda e innovación productiva

Lo que necesitamos es, insisto, instancias institucionales que conecten un problema con una solución tecnológica apoyada en el conocimiento científico, una que ya exista, o que sea posible desarrollar. Una solución para un procedimiento determinado o la creación de una nueva empresa para producirla, que requiera inversión, interna o externa, para su desarrollo.

Creo que hay que retomar esa idea en Argentina y que, en particular, el campo en el que tenemos mayores posibilidades de competir es el de la bioeconomía, es decir, una economía basada en el uso de organismos vivos, vinculada especialmente con la producción agroalimentaria, pero con un enfoque más amplio que lo hecho hasta ahora. Se trata, a mi modo de ver, de algo más que una actividad económica basada en la biotecnología; se trata de una visión holística de la economía que tiene en cuenta el desarrollo humano, atenta no solo al lucro o al rédito financiero de corto plazo, sino a la sustentabilidad de los procesos, el cumplimiento de las normas de comercio justo y el reconocimiento del aporte de las culturas ancestrales, cumpliendo incluso con el protocolo de Nagoya5  en el caso de variedades vegetales que sean originarias. Argentina tiene numerosas ventajas para esto, porque tiene recursos naturales y probada capacidad para producir biomasa de alto valor agregable, y porque vivimos en un mundo en el que la población crece exponencialmente y con ello la demanda de alimentos.

Esto requiere, por una parte, el desarrollo de tecnologías específicas y de mucho conocimiento aplicado para una agricultura extensiva eficiente y sustentable, aunque en la medida en que esta avanza hacia una mecanización cada vez más sofisticada, no es mayormente una fuente de puestos directos de trabajo. Pero en paralelo tenemos un nuevo mercado, que es el del consumo responsable, que demanda un producto diferenciado, no solo mejor desde el punto de vista nutricional y más elaborado, sino que cumpla con los requisitos que mencionaba antes. El consumidor quiere que la etiqueta diga que esa compañía respeta las buenas prácticas, el medio ambiente y el comercio justo; demanda una historia atrás de lo que consume. Eso permite desarrollar nuevas cadenas de valor en el país que generen empleo sobre todo en las economías regionales, potenciando el desarrollo local. Tenemos ahí una posibilidad de encontrar productos nuevos u otros, más tradicionales, que se usaban o consumían históricamente, y desarrollarlos de acuerdo a la demanda que identifiquemos en los mercados.

Innovación, mercados y valor agregado

Nuestra lógica es empezar desde el mercado hacia atrás. No salir con el típico bife, que a nosotros nos gusta, para tratar de convencer al resto del mundo de que eso es lo que hay que comer sin saber qué consumen o desean consumir en el país al que queremos proveer.

El sudeste asiático es para mí uno de los mercados a analizar; y por supuesto China, un mercado virtualmente insaturable, aunque más complejo.

Lo que estamos tratando de hacer es esto, concretamente; por ejemplo, con un estudio financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que, a diferencia de los estudios tradicionales que terminan con un hermoso libro prolijamente encuadernado en una pila como las que tengo acá en la oficina, concluirá en planes de negocio o en posibilidades concretas de inversión en doce cadenas de valor ya identificadas. Hemos viajado a Tailandia y Singapur con productores para interiorizarnos acerca del mercado de esos países y regresamos con una noción clara de la demanda concreta. En el curso de seis meses ya tendremos esa posibilidad.

Esto de proveer a las góndolas de los supermercados de otros países es una posibilidad cierta, pero tengamos idea de qué supermercado es al que vamos a ir. La idea es llevar nuestros productos a los de mayor calidad, al gourmet, que va a pagar el máximo posible por el producto, porque eso nos permite pagarle al productor un precio justo. Esto engloba a la agricultura orgánica, los productos fitoterapéuticos –como los obtenibles a partir de la citricultura, por ejemplo; o del yacón, cultivable en el NOA y con propiedades beneficiosas para el diabético-, los fitocosméticos, o los bioinsumos para fertilizantes o para el control biológico de plagas y enfermedades, que sustituyan a los de origen químico que pueden contaminar el ambiente. En fin, hay muchos ejemplos y todo un mercado para el que nunca hemos encarado desarrollos con objetivos de rédito económico. Para las ciencias que intervienen en este campo, en el que se percibe un tránsito del eje en la química hacia el de la biología y una interdisciplinariedad creciente, hay una promisoria perspectiva innovadora.

Argentina tiene todo un acervo científico a partir de lo que se ha estado investigando y ahora puede tener aplicación. De hecho, la EEAOC tiene varios desarrollos interesantes en ese sentido, que van a ser un requisito para esta producción que el nuevo consumidor demanda.

Pero no basta con hacer publicidad desde acá. Hay que ir allá, contar la historia, escuchar, entender, imaginar cómo satisfacer o estimular la demanda, y después volver y hacerlo realidad a través de la vinculación entre el inversor, el productor y la institución que aporta la solución científica y/o tecnológica para hacerlo posible.

Hacia una nueva cultura productiva

Pienso en un modelo en el que la ciencia no solo requiera recursos del Estado para su sostenimiento, sino que también los genere y contribuya a generarlos. Es lo que ocurre en los países donde la gente vive mejor y se desarrolla una cultura productiva y, en el fondo, más solidaria.

Un modelo similar al de Israel, por ejemplo, donde se invierte mucho en investigación, en tecnología, con muy buenos recursos humanos y recibe casi un 4% del PBI, en parte por lo que ponen ellos y por lo que aportan las empresas privadas para investigación y desarrollo. Un país de alrededor de 8 millones de habitantes que vive de 250 mil técnicos que son los que atraen las inversiones. En Argentina deberíamos perfeccionar ese modelo y desarrollar también la manufactura consecuente -cosa que ellos no priorizan-, porque tenemos que crear puestos de trabajo.

Tenemos una inversión muy grande en esta materia. Un investigador, un doctor que recién se recibe, que ha recibido ya del Estado un promedio de 200 mil dólares para su formación, tiene que pensar no solo en su desarrollo personal, sino también en cómo comenzar a devolverlo.

Ya hemos contemplado la necesidad de que el investigador no solo sea evaluado por un plan de investigación básica sino también por el valor de su transferencia. No solo por los “papers” sino por los efectos de su labor. Si nos limitamos a hacer publicaciones en el exterior, lo que hacemos es transferir conocimiento a los países que ya están desarrollados; hay una información importante que indica que esto ha venido sucediendo. Los países menos desarrollados que han apostado solamente a la generación de conocimiento, con una visión más academicista, lo que hacen es contribuir a que ese conocimiento sea aprovechado por los países  que tienen una matriz productiva capaz, precisamente, de aprovecharlo. Si vamos a proveer de conocimiento al mundo,  que es el ideal de la ciencia básica, entonces que el mundo pague. El conocimiento no se regala.

Creo no obstante que ese cambio cultural necesario está ocurriendo. Ya hay camadas de investigadores dispuestos a hacer cosas aquí en el país, crear empresas e insertarse productivamente. Hay que apoyarlos no solo en lo económico, sino desde la valoración, reconociendo que lo que están haciendo sirve para algo.

Ese es el sentido de la creación, por un lado, de la línea de Proyectos de Desarrollo Técnico y Social (PDTS), que son evaluados por su valor en la industria o en la solución de problemas sociales más que por lo puramente académico; y por otro, del Mercado de Innovación Argentina (MIA), una plataforma de crowfunding, de financiamiento colectivo. Se trata de una serie de proyectos que publicamos en nuestro Portal de Información de Ciencia y Tecnología Argentino (https://datos.mincyt.gob.ar/#/ ) y que los interesados pueden apoyar.

Interacción productiva

En el camino hacia otra cultura científica y productiva, de otra ética de la investigación, tenemos que lograr un sistema científico más eficiente. Esto implica superar la excesiva compartimentación, la superposición de tareas y la lucha tribal entre instituciones afines.

Por eso estamos haciendo centros interinstitucionales, uno en Villa Regina sobre alimentos, que tiene que ver con la producción de esa zona del valle de Río Negro; allí participan el INTA, y la universidad de Río Negro. Creamos otro centro en Jujuy, aplicado especialmente al litio y a la arqueometría, que es la disciplina científica que emplea métodos físicos o químicos para los estudios arqueológicos; ahí están el Conicet, la universidad, el INTI. Hay otro centro interinstitucional en gestación en Quines, San Luis, relacionado con la química verde. Es un cambio cultural importante, porque históricamente la gente del INTA y el INTI no hablaban entre sí. Tenemos ahí recursos humanos altamente calificados que, trabajando en forma conjunta, alcanzarían una sinergia muy importante.

En fin, quiero creer que esta situación de restricción presupuestaria es tan transitoria como otras que ha vivido Argentina; que en algún momento se revertirá y podremos apostar con más recursos económicos al desarrollo del sistema científico-tecnológico y productivo que estamos reconstruyendo.

Es impensable un mejor futuro para la Argentina si no apostamos al conocimiento. Pero no se trata de apoyar “a” los investigadores, sino de apoyarse “en” los investigadores para lograr el deseado desarrollo del país.


1 Avance Agroindustrial 34-2
2 Durante la reestructuración implementada por la actual administración nacional se resolvió que el Ministerio originalmente creado pasara a la categoría de Secretaría de Estado.
3 Lino Barañao se desempeñó como presidente de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica entre 2003 y 2007. En 2008 fue designado titular del entonces flamante Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
4 Se refiere a los programas impulsados por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica como los financiados a través del Fondo Tecnológico Argentino (FONTAR), el Fondo Argentino Sectorial (FONARSEC) y otros, destinados a financiar proyectos dirigidos al mejoramiento de la productividad del sector privado a través de la innovación tecnológica, y a desarrollar capacidades críticas en áreas de alto impacto potencial y transferencia permanente al sector productivo.
5 El Convenio sobre la Diversidad Biológica (Protocolo de Nagoya) quedó listo para la firma el 5 de junio de 1992 en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (la “Cumbre de la Tierra”) y entró en vigor el 29 de diciembre de 1993. Este Convenio es el único instrumento internacional que aborda de manera exhaustiva la diversidad biológica. Los tres objetivos del Convenio son la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de sus componentes y la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de recursos genéticos. (https://www.cbd.int/abs/doc/protocol/nagoya-protocol-es.pdf

 

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